La Guerrera.

jueves, 18 de junio de 2009

Aquél día el sol tomó la decisión de amanecer más tarde. Aquél día Daniela también tomó una decisión: no volver a enamorarse y, aunque ya habían pasado meses desde su última decepción, simplemente se entregó a las despiadadas garras de la resignación.

Era tal su mala suerte con respecto a las relaciones amorosas que ya casi se consideraba un error viviente, pues si ya en la vida de por si le llovía sobre mojado, en su corazón desde hace rato había un charco de barro amoroso.

Aquél día enfrentó al mundo como una guerrera despiadada, su mirada era potente, era fuerte (aunque ni la mitad del mundo se diera cuenta, pues siempre todos están tan ensimismados como ella) sintió morder y pisotear las miradas de los demás, se consideraba fuerte pues desde ahora no se volvería a enamorar y tan solo por eso, ya sería más fuerte que los demás pero ya no sería un error.

Aquel día Daniela se embarcó por el despiadado mundo de la frialdad humana, de las relaciones calculadas y las sonrisas perfectamente fingidas, de los gestos divinamente esculpidos hasta parecer sutilmente alegres y tiernos. Entonces comenzó a tener enemigos, pocos aliados y un par de neutros deambulando por sus redes sociales. De guerra en guerra de lucha en lucha y de contienda en contienda, de tanto estar fingiendo, bajó la guardia.

El sol remolón hace días que venía despertado atrasado, y uno de esos días Daniela también despertó atrasada, corriendo a los quehaceres cotidianos se topó con la gran sorpresa de que simplemente se había enamorado y había perdido su norte.

Obviamente que todo no fue de un día para otro ni fue “amor a primera vista”, ni nada por el estilo, todo fue paulatino y trágicamente calculado por su cruel destino. La guerrera Daniela salió aquél día de su casa y sencillamente tuvo que asumirlo: “Se había enamorado de su enemigo”.