Algo parecido al amor.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Era difícil decir adiós. Después de todas las cosas que entre nosotros habían ocurrido, después de la pasión, del odio, del desamor, de las caricias, de las miradas, de la química, de las palabras, de nuestros labios, de las manos, de nuestros cuerpos, de las confidencias, de los engaños, de las mentiras, de los fugaces encuentros, de los ratos de desvelo, de los sueños, de los viajes construidos, de las ventanas rotas, de las penetraciones, de los encantos, de nuestros juegos, de los suspiros, de las tristezas, de la armonía, de la similitud, de la ira, de las despreocupaciones, de las escasas razones, de la practica oculta, de las guías telefónicas, de las salidas a comer, de los relatos compuestos y de nuestra historia, después de todo, era un trozo de mi vida que se iba con él.

Creí por un instante, que podía suceder como en mis historias: el dejaría su orgullo a un lado y yo el mío al otro, pero esto era diferente. Tras cada paso que daba hacia mí, me iba convenciendo de que debía dejar la idea de despedirme, pero de ser así, nunca podría volar y seguiría amarrada a este sueño loco, debía convencerme de que si no le dejaba, mi vida no podría seguir.

Él aferrado a su estabilidad y yo aferrada a él inestablemente, era un trío de a dos. En pocas palabras le dije que la pasión no era lo único en mi vida, y que estaba cansada de volverme loca por un demente que no le interesa que el sol brille al revés, ni que las estrellas enmudezcan en las playas.
Llovía, mi corazón se había afligido tan solo un segundo, pero luego, bajo la lluvia y mis promesas solo para mí misma, me encerré bajo siete llaves invernando, por encontrar nuevamente algo, algo parecido al amor.

La ciudad de los hipócritas.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Salió un día sin darse cuenta que su hermoso vestido rosa se había manchado con barro. Todos por la calle le decían lo hermosa que se veía, pero nadie jamás le dijo de la horrible mancha que traía. La niña, ya confiada de que poseía los atributos suficientes para entrar a palacio, trató de pasar sin dar ninguna explicación, pero el guardia en la entrada la detuvo.
-alto señorita, acá no dejamos entrar pordioseros
-¿¡pero cómo!?- dijo sorprendida- yo no soy ninguna pordiosera

El guardia levanto con una varilla la parte trasera de su hermoso vestido rosa, para mostrarle la gran mancha de barro que traía. La niña se retiró indignada del lugar y volvió sollozando a casa.

Mientras iba de regreso, la misma gente que había alagado la belleza de su vestido, ahora con compasión le preguntaban por el motivo su triste llanto. “Púdranse malditos hipócritas” pensó por dentro y les contestó:
-me caí en el barro antes de entrar, ¡miren esta horrible mancha!- y así la niña, se convirtió en una ciudadana más de la honorable ciudad de los Hipócritas.

Síndrome "The Frog Prince"

lunes, 9 de noviembre de 2009



Para algunas les parecerá extraño que hable de esto, pues bien, es un síndrome que afecta a la mayoría de las chicas de mi edad que particularmente crecieron viendo las tan clásicas pelicuas de Disney. Princesas que encuentran a su príncipe azul, después de una ardua búsqueda o lucha, logran consumar su hermoso y sincero amor con un beso (al menos hasta allí mostraban los Films).

Pues bien, este síndrome “Príncipe rana”, como lo he llamado, no tengo ni la menor idea si existirá algo así en la literatura psicológica o filosófica, pero según lo que yo misma he podido experimentar, es un síndrome que se da luego de un tiempo de haber idealizado al amor o a la persona amada en cuestión, me explico:


Muchas personas viven idealizando el hecho de ser amados y llegar a amar a alguien, encontrar la formula exacta de coincidir en una linda relación con aquella persona. Pues, al idealizar este hecho tan corriente, se espera mucho más de lo que puede llegar a dar, y si bien uno puede llegar a ser feliz al lado de una persona, al lograr la tan anhelada relación esta no colma las expectativas de lo esperado y es así que una tras otra relación fatídica la chica se va envolviendo en la necesidad de revertir ese efecto y es entonces cuando se desata el síndrome.

Al no encontrar los resultados esperados a lo largo de la vida sentimental, se comienza a percibir la vieja idea de poder arreglar las cosas, “¿cómo?” Se preguntarán ustedes, esto se da buscando a un prospecto al cual poder arreglar y llegar a convertir en nuestro tan anhelado “Príncipe azul”, el problema, es que el prospecto al cual buscamos arreglar, no se parece ni una pizca si quiera a lo que deseamos poder encontrar.

Se busca primero en el gran charco de las relaciones humanas una ranita que este sola y casi tan jodida como nosotras y pensamos que con un solo beso (lo que traducido a la vida real, es un intento de amistad combinado con un constante coqueteo o una gran ola de seducción en encuentros casuales, obviamente provocados) podremos llegar a convertir a esa ranita hechizada en un galante príncipe.

El problema de todo esto, es que comienza una búsqueda frenética con ranas, que, simplemente no están hechizadas pues simplemente son ranas y nada más. Así las chicas dicen no tener suerte en el amor o le comentan a sus amigas que no tienen “buen ojo” para encontrar a su chico ideal.


Ahora, para poder salir de este síndrome, es necesaria una buena sanación interna, dejar un poco de lado las sustancias alucinógenas o entran en un exquisito estado de locura, como lo he decidido yo, así que les recomiendo que dejen de buscar y diviértanse, aprovechen la vida y no la desperdicien en algo tan estúpido porque solo encontraran ranas, y nada más. =D

La prisionera.

viernes, 30 de octubre de 2009

Se sentía sola. Y aunque vivía junto a cinco familiares directos en su propia casa, no era parte de ellos, sino más bien una prisionera ideológica de aquel grupo de personas que se hacían llamar “familia”.


Quería vivir al borde de la locura, quería escapar del mundo de los cuerdos, para ver si así se liberaba de tal prisión, pero nada saciaba aquella soledad que la carcomía día tras día, noche tras noche. Algo en ella, le decía que de seguir allí, la soledad sería eterna, algo en ella le decía que todo aquello en lo que había sido instruida desde pequeña era un mero cuento de hadas como el de las princesas, y que no era más que una invención para mantener controlado aquello que realmente se albergaba en su alma.
Deseaba vivir, disfrutar, deseaba tantas cosas, quería entregarse por completo a vivir cada uno de sus deseos, de sus sueños e ideales, por más imposibles que estos pareciesen, deseaba vivir y morir al mismo tiempo y librarse de todo lo que sabía perder la memoria para olvidar las consecuencias, los miedos, temores, todo, pero aún no tenía el valor para liberarse de su “familia”.


Se aventaba calurosamente el verano, odiaba aquellos días, pues el calor era sofocante para cada poro de su piel. Aquella mañana se percato que no había nadie en casa, recorrió cuarto tras cuarto para cerciorarse de ello. Se quitó la ropa que llevaba por pijama, puso la música fuerte y comenzó a danzar por toda la casa gritando en contra de aquello en lo que la habían inculcado. El vecino gritó, llamó e incluso amenazó con llamar a la policía, nada le importaba ya.
Gritó fuerte, rasgó su garganta con un cuchillo. Imaginó un día más en aquella prisión, con las palabras de aquellos que se autodenominaban “familia”, sumergiéndola en una moral que simplemente, no coincidía con lo que el demonio en su interior le sugería. La soledad se apaciguaba cada vez más con cada corte que daba a su piel, alucinaba tras cada gota que salía, el fuerte color, el fuerte dolor, penetrando su piel, ese dolor que apagaba el que en su interior había.


Prisionera de sus miedos, trato de detenerse, pero ya era tarde… aquello que había vivido en su interior toda su vida, ahora también la abandonaba.

El precio de la verdad

viernes, 16 de octubre de 2009

De un suspiro le quiete el alma a ese pobre hombre. Me miraba fijo, con el corazón en la mano, llorando lágrimas azules por no corresponderle. No fui sincera, le utilicé en un arranque de lujuria mientras él desnudaba su persona sinceramente, esperando obtener lo mismo a cambio de su honesto acto. Simplemente le besé con pasión, le acaricié con ternura para luego construir un muro de inseguridades, miedos y lejanías, algo imposible de alcanzar. Sufrió, murmuro algunas palabras. Esperaba que me odiase, esperaba un grito, un golpe tal vez, pero simplemente agachó su cabeza, apretó el corazón aún palpitando y le arrojó al fango.


Aquella tarde llovía a cantaros. Después de confesarle la verdad, sentí que me había sacado un peso de encima, caminé en dirección contraria a la de él, caminé chapoteando el barro, sentía mi cuerpo más liviano pero también sentía un pequeño dolor en el pecho, como si me hubiesen trisado el corazón. Miré mi pecho y extrañada vi que unas gotas de sangre empapaban la blusa, abrí rápidamente los dos primeros botones y me di cuenta que las gotas provenían de mi corazón, al parecer se había llevado una parte del mío sin que me diese cuenta. Presioné la hemorragia, lo primero que pensé fue en llegar a un hospital, en pedir auxilio, pero al parecer la gente se iba extinguiendo a medida que avanzaba. Mis pasos eran cada vez más cortos y lentos, mis manos ya estaban totalmente ensangrentadas y fui a dar a un sucio y oscuro callejón.


-duele, ¿verdad?- dijo una voz al fondo de la callejuela oscura
-si, duele mucho- mustié sin apenas poder respirar
-a mi… -dijo tosiendo- me dijeron que no me amaban, ¿y a ti?
-le dije que…-suspiré- que no le amaba
-vaya, vaya… si que es pequeño el mundo y grande nuestra desdicha…-dijo tratando de incorporarse- venir a morir a un sucio callejón y todo por amor
-no importa- dije ya sin fuerzas- al menos yo me lo merezco, tu no
-creo… que es una buena causa de muerte- estaba de pié junto a mí, era un hombre de unos treinta años, alto, bien vestido y con un hueco en el pecho- mira, dejé de sangrar- dijo sonriendo
-yo… no.

La Ciudad Gris

jueves, 15 de octubre de 2009


Aquella noche la luna se cubrió con un fino velo de nubes, el cual le daba un esplendor diferente a todas las otras noches de invierno. Procuró salir sin que nadie la viese, con sombrero oscuro y abrigo gris, sigilosamente caminaba por la ciudad para que sus pasos no resonaran entre las ajetreadas calles, sigilosamente para escapar de los secretos guardados entre las paredes de la ciudad gris.
Llegó a destino, bajo el puente, a las afueras de la ciudad para encontrarse con el sujeto en cuestión. Intercambiaron la información por el dinero que ella llevaba en su bolso. La transacción se produjo sin mencionar una palabra, en el silencio más absoluto que las afueras de la ciudad podían proporcionarles. Ella se alejaba mientras él la veía alejarse de vuelta a la ciudad.
Días después entre el ruido de la ciudad gris, la dama descubrió que necesitaba más información, así que esperó que llegara la noche y entre la niebla nocturna se dispuso a volver a ver a su informante. Al llegar al puente se encontró con el cuerpo apuñalado del informante, tratando de ayudarlo esbozó unas palabras:
-¿qué sucedió..?-Preguntó alterada la dama, pero e informante entre sus últimas fuerzas le hizo callar.
-guarda silencio, estamos fuera de la ciudad…- suspiró profundamente y falleció.

La dama quedó ensangrentada, arrodillada junto al cuerpo de su desconocido informante. Pasaron unos minutos mientras miraba atónita el brillo de la ciudad gris, se puso de pié, miró una última vez a la ciudad y se alejó de ella gritando al viento su libertad.

La Guerrera.

jueves, 18 de junio de 2009

Aquél día el sol tomó la decisión de amanecer más tarde. Aquél día Daniela también tomó una decisión: no volver a enamorarse y, aunque ya habían pasado meses desde su última decepción, simplemente se entregó a las despiadadas garras de la resignación.

Era tal su mala suerte con respecto a las relaciones amorosas que ya casi se consideraba un error viviente, pues si ya en la vida de por si le llovía sobre mojado, en su corazón desde hace rato había un charco de barro amoroso.

Aquél día enfrentó al mundo como una guerrera despiadada, su mirada era potente, era fuerte (aunque ni la mitad del mundo se diera cuenta, pues siempre todos están tan ensimismados como ella) sintió morder y pisotear las miradas de los demás, se consideraba fuerte pues desde ahora no se volvería a enamorar y tan solo por eso, ya sería más fuerte que los demás pero ya no sería un error.

Aquel día Daniela se embarcó por el despiadado mundo de la frialdad humana, de las relaciones calculadas y las sonrisas perfectamente fingidas, de los gestos divinamente esculpidos hasta parecer sutilmente alegres y tiernos. Entonces comenzó a tener enemigos, pocos aliados y un par de neutros deambulando por sus redes sociales. De guerra en guerra de lucha en lucha y de contienda en contienda, de tanto estar fingiendo, bajó la guardia.

El sol remolón hace días que venía despertado atrasado, y uno de esos días Daniela también despertó atrasada, corriendo a los quehaceres cotidianos se topó con la gran sorpresa de que simplemente se había enamorado y había perdido su norte.

Obviamente que todo no fue de un día para otro ni fue “amor a primera vista”, ni nada por el estilo, todo fue paulatino y trágicamente calculado por su cruel destino. La guerrera Daniela salió aquél día de su casa y sencillamente tuvo que asumirlo: “Se había enamorado de su enemigo”.

Bultitos.

jueves, 7 de mayo de 2009

Hasta entonces aspiraba ser feliz, deseaba convertir sus sueños en una realidad más que tangible, una realidad de veras. Pero día tras día su padre se encargaba de opacar esos anhelos, día tras día, golpe tras golpe, hasta entonces, aún soñaba.

Creció, así de simple, de la noche a la mañana los años pasaron y se convirtió en toda una mujer. Su crudo aspecto y su demacrado cuerpo le daban un aspecto ya mayor, al mismo tiempo una cruda mirada se encargaba de acentuar cada uno de sus rasgos. Los sueños ya no fueron sueños, la niñez se la llevó el alcoholismo del padre que ahora estaba ausente y su existencia fue solo fango bajo una copiosa lluvia de problemas.
La pobreza y el abandono fueron los grandes tópicos de su vida que pasó más en pena que gloria, sin mencionar ese fatídico acontecimiento.
Era un “buen muchacho” a sus ojos que aún querían creer que algo bueno había en su vida. No duró ni un mes y aquel buen muchacho simplemente pasó a la historia. Poco a poco su barriga comenzó a crecer, ya veía su ombligo y no sus pies cuando el bultito en su vientre decidió salir o mejor dicho… los bultitos.
La partera del barrio le ayudó con la tarea de dar a luz. Los bultitos eran frágiles y pequeños, llorones, pero aún así eran suyos. Por primera vez tenía algo propio aparte del dolor, y por más pena q hubiera en su vida, esos dos bultitos, fueron finalmente, su gran gloria.

Clarisa.

miércoles, 22 de abril de 2009

Esa extraña capacidad de emocionarse, de abismarse al mar de lágrimas tan rápidamente con tan solo una melodía, era lo que mejor le caracterizaba.

Era dulce y tierna como una niña, y de hecho lo era, mi pequeña Clarisa. Tenía cuatro años, la recuerdo bien con su vestidito rosa, sentada frente al piano tocando las teclas al azar y por inercia inventando una espantosa melodía, pero que para ambas era, la más bella jamás escuchada. Por las noches era ella la que me cantaba para que durmiese, era ella quien soñaba por ambas, pues sabía que ella era mi mente, mis ojos, mis manos y mi voz.
Una mañana fuimos a ver a su padre, hace ya tiempo que me lo pedía, tenía seis años y con la inocencia aún brillándole en los ojos, quería conocerle.
-Clarisa, aquí está tu padre- dije en frente de una fría lápida.
-mam… mamá…- me miró con los ojitos llenos de lágrimas, se aferró a mis piernas como un naufrago al salvavidas y allí se quedó un buen rato hasta que se durmió de tanto llorar.


Sabía que si le decía la verdad sería crudo para ella, por lo que preferí inventarle un buen padre, preocupado y cariñoso, un padre alegre y juguetón que, si estuviese vivo le contaría una fabulosa historia cada noche, que la acompañara cuando sintiera miedo y que le castigaría si algo malo hiciera, por lo que la llevé al lugar donde reposaba mi amigo Luis.

Recuerdo que en vida, tenía los ojos de color verde y podía hacer reír a cualquiera con tal de no verle triste, le quería muchísimo, y a demás nos había dejado justo antes de que diera a luz a Clarisa. Nunca le agrado el padre de ésta: “el desgraciado que te dejó sola” (solía decirme), por lo que se empeñaba en subirme el ánimo diciendo que me visitaría cada día y que la criaría como a una hija… mi querido Luis.
Era el cumpleaños número diez de mi pequeña, con su cabello tomado y un hermoso vestido se empeñaba en sofocar las velas que ardían fervientemente en sus ojitos de muchacha. Se me hacían agua los ojos de tan solo pensar que aquella criatura había llegado a mi vida diez años atrás.
Ese día tuvimos una visita inesperada. Después de que se fueron mis padres y familiares, Clarisa se estaba dando una ducha cuando apareció sin más:
-hola…-dijo el “casi” desconocido- he venido a traerle un regalo a mi hija.
-ni lo pienses-dije estancando la puerta del departamento con un pie- ¿qué derecho crees que tienes?
-pues, el de ser su padre- dijo enojado el muy cínico.
- ¡mira estúpido! ¡No tienes ningún derecho sobre mi hija!, tú no has sido ningún padre para ella, nos abandonaste al momento de saber que ella nacería, eres un…-cuando se escuchó la voz de Clarisa.
-mami, ¿quién es?- dijo desde la puerta del baño.
-nadie mi amor- respondí mirando emputecida al desgraciado.
-¡mentira!-gritó, y me empujó hacia dentro arrojándome de sopetón al piso.
-¡auxilio!- grité con todas mis fuerzas para que viniera algún vecino a socorrerme.
-¡hija mía!- dijo mirando a clarisa mientras cerraba la puerta y le ponía llave.
-¿quién eres tú?-preguntó Clarisa vestida tan solo con una toalla.
-soy tu padre- respondió mientras me golpeaba.

Clarisa al ver lo que hacía trató de apartarlo de mí, pero a su corta edad no tenía la suficiente fuerza como para hacerlo, por lo que de un solo tirón la lanzó lejos. Me amordazó con cinta que traía en la chaqueta y me amarró con unos cables del teléfono. El olor a alcohol que expedía era fuertísimo, pero aún así era capaz de sujetarme y violentarme de tal manera que me dejó casi inconsciente en el piso. Entre tanto mi pequeña fue corriendo al cuarto de baño y lo cerró bajo llave, su llanto era horriblemente aterrorizador.

-ven mi pequeña- le decía el lunático- ábreme la puerta, no te voy a hacer nada… y Clarisa le creyó.

En ese momento pesó sobre mí la idea de mantenerla ingenua hasta entonces, pesó el no haber tenido la suficiente fuerza como para golpearle, pesó sobre el hecho de que ella fuera la niña y no yo, me pesó en el alma haber conocido a tal desgraciado, pues me arrancó la vida, me arrancó mi fuerza, mi razón y a mi hija.

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Nota del autor: No quise darle un final tan sangriento pues se que "algunos" me lo cuestionarían, a demás, solo era una niña, prefiero hacerles cosas raras a personajes mayores de edad o al menos un poquito más grande.
No olviden dejar su comentario =)
saludos!

Engaño de mentira.

miércoles, 15 de abril de 2009

Uno de mis designios era ser lo que no fui cuando pasé el umbral de mis propios deseos. Acá, estoy tan sola como la lluvia en una noche dentro de la luna, intentando olvidar, intentando calmar mis atrasados intentos.

Volví para perdonar, para que te arrepintieses de toda culpa pero allí estabas, tan campante como cuando conmigo estabas, pero campantemente con ella en tus brazos y con mi familia a cuestas de tus engaños. Todos lo sabían, todos eran testigos innatos de mi desgracia menos yo, menos la que siempre trató de que todo funcionara, la reina de las segundas oportunidades, la que como tonta creía cada uno de tus desenfrenados engaños.

No recuerdo que fue lo primero que hice, si correr o si me abalanzarme contra ti tratando de quitarte o quitarme la vida.

La venganza soñada.

sábado, 11 de abril de 2009

Recordar, solo hacerlo ya lastima. Pero quién soy yo para privarme del delicioso dolor, una simple mortal, tan vulnerable como cualquiera.

Aquella noche sollocé idiotamente sobre el cuerpo de quien había sido mi amante, nunca pensé que las cosas llegarían a tanto o que yo guardara tanto rencor a tal ser que hace tan solo unos instantes me había confesado que lo había tramado todo para poder estar conmigo “mi primera vez”. Tomé el cuchillo eléctrico y fui hasta la cama donde aún reposaba glorioso el muy desgraciado, tenía tan solo dieciséis años, aún con el mundo dándome vueltas me acerqué llorando, sintiéndome despojada, ultrajada, utilizada. Le propiné una sonrisa y allí, semidesnuda frente a él, le cercené la cabeza. El resto solo fue llanto.

Han pasado ya algunos años, pero no he sido aún capaz de asimilar lo que hice. Estudiando en la Universidad, a veces me apetece hacerle algo similar a mis cercanos, pero, la vida no va de impulsos ¿verdad?.


Llueve, como pocos días en Santiago, mucho frío y pozas por donde se mire, creo que son el fiel reflejo de una ciudad “al lote”. Camino por las pozas recordando cosas sin sentido, cuando de repente entre la poca gente de mediodía se me aparece su fantasma caminando:

-¿cómo estás?- dice mientras sonríe cariñosamente.
-bien…- contesté titubeante, pues era una alucinación más real de lo que creía.
-¡tanto tiempo sin verte!, ¿qué es de tu vida?, no te veo hace como cuatro años- dijo mientras caminaba a mi lado.
-pues se supone que tendría que ser así- dije evocando el recuerdo de su exquisito asesinato.
-ah! Tu lo dices por esto- dijo descubriéndose el cuello, mostrándome una profunda cicatriz que abarcaba todo su contorno.
-¿qué…? ¿Cómo se supone…? ¿Tú no estás…?-pregunté titubeante mientras me petrificaba de la impresión.
- mi queridísima… sólo tenias dieciséis, ahora con veinte creo que lo puedes entender…- dijo sonriendo mientras me abrazaba y me hacía caminar junto a él.

No sabía que pensar, estaba totalmente desorientada, no sabía que decir o cómo reaccionar, hasta que finalmente sentí ese molesto pitido que emitía alguna máq1uina, poco a poco comencé a abrir los ojos: estaba en el hospital.
En una pequeñísima fracción de segundos, mientras moría, fui feliz con mi venganza, le había matado al muy desgraciado, pero lo realmente verdadero era que simplemente no le había matado, si no que esa misma noche yo, había tratado de suicidarme y que aún tenía dieciséis, y que por ende aún no iba a la universidad, y que era primavera, no invierno. Por eso, en esa pequeñísima fracción de segundos, por muy cortitos que fueran cerré los ojos y decidí que ese pitido chillón no fuera intermitente, sino más bien… parejo. Mi corazón por fin ya no sentía dolor, estaba pleno, tranquilo y ya no tenía que bombear sangre a todo el cuerpo, ya no era una simple mortal, por lo que podía darme el lujo…

De no sufrir nunca más.

La noche Clamatkina.

miércoles, 8 de abril de 2009

Jugaba entre la ajetreada noche de mi ciudad manejando como si la vida se me fuera en ello un viernes tardío de noche.

Eran más de las dos de la madrugada del día sábado cuando el cansancio de la semana azotó mi cabeza y mis demás miembros. Me dejé caer sobre la cama, observando el vacío de mis horas, me sentí vacía por tres segundos hasta que llegó Tom, el gran “Señor Tom” a acariciar mis piernas que colgaban de la cama como hilachas de mi cuerpo. Su cola se enredaba mientras sus maullidos reclamaban el olvido de su dueña: la cena.
La semana pasó y clamatkina allí se quedó, acostada sobre su cama con un señor Tom que acariciaba sus fallecidas y gélidas piernas que colgaban de la cama… sus maullidos se preguntaban por qué su dueña no despertaba a darle la cena.

Allá es igual que acá.

martes, 7 de abril de 2009

Era un extraño lugar, para todos era tan obvio como la luz solar o las contaminadas ciudades, pero para ella no. Para ella era tan desconocido como la calidez de un abrazo o la dulzura de un tierno beso.
Caminaba por aquella ciudad tan desconocida, tan descolorida y aburrida, tratando de mitigar el calor que se negaba a ceder paso al crudo invierno que, normalmente solía hacer de las suyas en esas mismas fechas. Caminaba con un vestido floreado y sus piernas al viento, su cabello enlazado y una pequeña cartera que, aunque humilde, conservaba por ser un regalo familiar.
Buscaba cómo obtener su pan diario, pero al cavo de llevar una semana caminado entre las ruidosas calles, si ser escuchada siquiera y volviendo a su estrecho cuarto donde la esperaba el arrendatario con cara de pocos amigos, tuvo que tomar sus paupérrimas prendas y largarse una tarde de abril a las calles, sin un techo que le cubra más que el de las pocas estrellas que quedaban en el cielo de Santiago.

Caminó hasta encontrarse con algunos compatriotas pero a pesar de proceder de la misma patria, ninguno de ellos le prestó ni una mirada, ni abrigo. Su sonrisa se la llevaba la cálida brisa que merodeaba por esos lugares, su esperanza se fue desasiendo con las lágrimas que a regañadientes salieron de sus ojos, pero siguió caminando, siguió aún caminando cuando un auto paró a su lado y un hombre borracho le invitó a subirse, ella corrió desesperadamente, pero su sombre le seguía, una sombra extraña, una sombra que salió de aquella proposición indecente, de aquellas palabras tan conocidas para ella, de aquel borracho excitado.

Y de a poco comenzó a darse cuenta que tal ciudad tan descolorida en realidad no era tan diferente al pueblo del cual ella procedía, no había trabajo, la gente era indiferente e inhumana, y también habían deseos que suplir : “qué más da”, pensó ella, si podía vivir de aquellos deseos en mi pueblo, ¿por qué no hacerlo acá?.

Relato de despedida para Clak.

Podría escribir tantas cosas, cómo que tu recuerdo me causa dolor, como que el pasado me atormenta pues lleva tu nombre escrito en su regazo, como que lloraría mil mares porque me siento sola y abandonada, pero simplemente no lo haré, porque he sido yo la que ha decidido marcharse.

Decir adiós o simplemente darse la vuelta y cambiar de rumbo no ha sido fácil, últimamente las noches son más frías, a pesar que en las pasadas no estabas conmigo, simplemente con solo pensar en ti ese frío se disipaba rápidamente entre las penumbras, pero de eso ya nada queda.
Las mañanas han cambiado de color, el sol ya no suele ser el mismo a medio día y las hojas otoñales han caído sobre mis pisadas, esas que quieren alejarse cada vez más de ti, pero como por arte de magia o simplemente rutinismo puro he vuelto a done siempre nos veíamos (aunque ahora en compañía de otro) simplemente he vuelto a nuestros lugares.

He tratado de reconstruí nuestras charlas con otras mentes, en otros labios he tratado de encontrar tu sabor, pues aunque nunca lo sentí, lo intuyo perfectamente, las caricias de los demás, las sonrisas perfectamente esculpidas sobre sus rostros, no se comparan con la tuya. Yo era tuya y lo sabías, solo… no quisiste tomarlo y aquí me tienes, tratando de olvidarte buscándote desesperadamente en los brazos de otros, en las caricias y miradas de otros que simplemente no me conocen.

Se que no soy la mujer perfecta y que nunca lo seré, incluso sé de antemano que no soy mujer para ningún hombre, no estoy hecha para nadie, pero aún así, que ganas del olvidarte completamente para dejar de soñar, con que algún día encontraré a alguien como tú, tan perfecto, tan humano, que me quiera tener a su lado, aunque sea como amiga.

Adiós.