Crónica de un día nublado.

jueves, 5 de agosto de 2010

Y escribí mi historia en blanco, tratando de cambiarlo todo, tratando de vaciar la mente y comenzar a cantar en un lienzo virgen. De una voz susurrante, de un quiebre inesperado, de una canción perdida, de recuerdos tortuosos y de melancolías miles.

Contraté un destino especial para aquél día. Nubes agolpadas unas tras otras surcaban los cielos, como multitudes cubrían la lumbre solar y como sueños desgastados mis ojos recorrían las formas extrañas de la casa.

Mis dedos se derretían tras cada nota pulsada en la guitarra, buscando aquello que no sabía, deseando lo desconocido, añorando lo perdido, gastando mis palabras en cuentos rotos de aquél día marchito. Deseaba fugarme sola y con nadie, deseaba partir lejos y cambiar esa parte de mí que tanto deprimía a mi entorno: a mis muebles, mis cortinas, mi cama y a mi velador.

Y escribí mi historia en blanco, tratando de cambiarlo todo… pero sin cambiar nada y en una tina caliente sumergí mi frío cuerpo, hasta tapar mis desdichas y traiciones, hasta sumergir mi alma en el intento de olvidar lo imposible para “tratar” nuevamente, para conseguir otra vida, pero mi columna se atravesaba entre mi desesperación y mi llanto, y mis caderas se estremecían rígidamente hasta alcanzar el tan anhelado sueño, el tan anhelado olvido.