La prisionera.

viernes, 30 de octubre de 2009

Se sentía sola. Y aunque vivía junto a cinco familiares directos en su propia casa, no era parte de ellos, sino más bien una prisionera ideológica de aquel grupo de personas que se hacían llamar “familia”.


Quería vivir al borde de la locura, quería escapar del mundo de los cuerdos, para ver si así se liberaba de tal prisión, pero nada saciaba aquella soledad que la carcomía día tras día, noche tras noche. Algo en ella, le decía que de seguir allí, la soledad sería eterna, algo en ella le decía que todo aquello en lo que había sido instruida desde pequeña era un mero cuento de hadas como el de las princesas, y que no era más que una invención para mantener controlado aquello que realmente se albergaba en su alma.
Deseaba vivir, disfrutar, deseaba tantas cosas, quería entregarse por completo a vivir cada uno de sus deseos, de sus sueños e ideales, por más imposibles que estos pareciesen, deseaba vivir y morir al mismo tiempo y librarse de todo lo que sabía perder la memoria para olvidar las consecuencias, los miedos, temores, todo, pero aún no tenía el valor para liberarse de su “familia”.


Se aventaba calurosamente el verano, odiaba aquellos días, pues el calor era sofocante para cada poro de su piel. Aquella mañana se percato que no había nadie en casa, recorrió cuarto tras cuarto para cerciorarse de ello. Se quitó la ropa que llevaba por pijama, puso la música fuerte y comenzó a danzar por toda la casa gritando en contra de aquello en lo que la habían inculcado. El vecino gritó, llamó e incluso amenazó con llamar a la policía, nada le importaba ya.
Gritó fuerte, rasgó su garganta con un cuchillo. Imaginó un día más en aquella prisión, con las palabras de aquellos que se autodenominaban “familia”, sumergiéndola en una moral que simplemente, no coincidía con lo que el demonio en su interior le sugería. La soledad se apaciguaba cada vez más con cada corte que daba a su piel, alucinaba tras cada gota que salía, el fuerte color, el fuerte dolor, penetrando su piel, ese dolor que apagaba el que en su interior había.


Prisionera de sus miedos, trato de detenerse, pero ya era tarde… aquello que había vivido en su interior toda su vida, ahora también la abandonaba.

El precio de la verdad

viernes, 16 de octubre de 2009

De un suspiro le quiete el alma a ese pobre hombre. Me miraba fijo, con el corazón en la mano, llorando lágrimas azules por no corresponderle. No fui sincera, le utilicé en un arranque de lujuria mientras él desnudaba su persona sinceramente, esperando obtener lo mismo a cambio de su honesto acto. Simplemente le besé con pasión, le acaricié con ternura para luego construir un muro de inseguridades, miedos y lejanías, algo imposible de alcanzar. Sufrió, murmuro algunas palabras. Esperaba que me odiase, esperaba un grito, un golpe tal vez, pero simplemente agachó su cabeza, apretó el corazón aún palpitando y le arrojó al fango.


Aquella tarde llovía a cantaros. Después de confesarle la verdad, sentí que me había sacado un peso de encima, caminé en dirección contraria a la de él, caminé chapoteando el barro, sentía mi cuerpo más liviano pero también sentía un pequeño dolor en el pecho, como si me hubiesen trisado el corazón. Miré mi pecho y extrañada vi que unas gotas de sangre empapaban la blusa, abrí rápidamente los dos primeros botones y me di cuenta que las gotas provenían de mi corazón, al parecer se había llevado una parte del mío sin que me diese cuenta. Presioné la hemorragia, lo primero que pensé fue en llegar a un hospital, en pedir auxilio, pero al parecer la gente se iba extinguiendo a medida que avanzaba. Mis pasos eran cada vez más cortos y lentos, mis manos ya estaban totalmente ensangrentadas y fui a dar a un sucio y oscuro callejón.


-duele, ¿verdad?- dijo una voz al fondo de la callejuela oscura
-si, duele mucho- mustié sin apenas poder respirar
-a mi… -dijo tosiendo- me dijeron que no me amaban, ¿y a ti?
-le dije que…-suspiré- que no le amaba
-vaya, vaya… si que es pequeño el mundo y grande nuestra desdicha…-dijo tratando de incorporarse- venir a morir a un sucio callejón y todo por amor
-no importa- dije ya sin fuerzas- al menos yo me lo merezco, tu no
-creo… que es una buena causa de muerte- estaba de pié junto a mí, era un hombre de unos treinta años, alto, bien vestido y con un hueco en el pecho- mira, dejé de sangrar- dijo sonriendo
-yo… no.

La Ciudad Gris

jueves, 15 de octubre de 2009


Aquella noche la luna se cubrió con un fino velo de nubes, el cual le daba un esplendor diferente a todas las otras noches de invierno. Procuró salir sin que nadie la viese, con sombrero oscuro y abrigo gris, sigilosamente caminaba por la ciudad para que sus pasos no resonaran entre las ajetreadas calles, sigilosamente para escapar de los secretos guardados entre las paredes de la ciudad gris.
Llegó a destino, bajo el puente, a las afueras de la ciudad para encontrarse con el sujeto en cuestión. Intercambiaron la información por el dinero que ella llevaba en su bolso. La transacción se produjo sin mencionar una palabra, en el silencio más absoluto que las afueras de la ciudad podían proporcionarles. Ella se alejaba mientras él la veía alejarse de vuelta a la ciudad.
Días después entre el ruido de la ciudad gris, la dama descubrió que necesitaba más información, así que esperó que llegara la noche y entre la niebla nocturna se dispuso a volver a ver a su informante. Al llegar al puente se encontró con el cuerpo apuñalado del informante, tratando de ayudarlo esbozó unas palabras:
-¿qué sucedió..?-Preguntó alterada la dama, pero e informante entre sus últimas fuerzas le hizo callar.
-guarda silencio, estamos fuera de la ciudad…- suspiró profundamente y falleció.

La dama quedó ensangrentada, arrodillada junto al cuerpo de su desconocido informante. Pasaron unos minutos mientras miraba atónita el brillo de la ciudad gris, se puso de pié, miró una última vez a la ciudad y se alejó de ella gritando al viento su libertad.