La venganza soñada.

sábado, 11 de abril de 2009

Recordar, solo hacerlo ya lastima. Pero quién soy yo para privarme del delicioso dolor, una simple mortal, tan vulnerable como cualquiera.

Aquella noche sollocé idiotamente sobre el cuerpo de quien había sido mi amante, nunca pensé que las cosas llegarían a tanto o que yo guardara tanto rencor a tal ser que hace tan solo unos instantes me había confesado que lo había tramado todo para poder estar conmigo “mi primera vez”. Tomé el cuchillo eléctrico y fui hasta la cama donde aún reposaba glorioso el muy desgraciado, tenía tan solo dieciséis años, aún con el mundo dándome vueltas me acerqué llorando, sintiéndome despojada, ultrajada, utilizada. Le propiné una sonrisa y allí, semidesnuda frente a él, le cercené la cabeza. El resto solo fue llanto.

Han pasado ya algunos años, pero no he sido aún capaz de asimilar lo que hice. Estudiando en la Universidad, a veces me apetece hacerle algo similar a mis cercanos, pero, la vida no va de impulsos ¿verdad?.


Llueve, como pocos días en Santiago, mucho frío y pozas por donde se mire, creo que son el fiel reflejo de una ciudad “al lote”. Camino por las pozas recordando cosas sin sentido, cuando de repente entre la poca gente de mediodía se me aparece su fantasma caminando:

-¿cómo estás?- dice mientras sonríe cariñosamente.
-bien…- contesté titubeante, pues era una alucinación más real de lo que creía.
-¡tanto tiempo sin verte!, ¿qué es de tu vida?, no te veo hace como cuatro años- dijo mientras caminaba a mi lado.
-pues se supone que tendría que ser así- dije evocando el recuerdo de su exquisito asesinato.
-ah! Tu lo dices por esto- dijo descubriéndose el cuello, mostrándome una profunda cicatriz que abarcaba todo su contorno.
-¿qué…? ¿Cómo se supone…? ¿Tú no estás…?-pregunté titubeante mientras me petrificaba de la impresión.
- mi queridísima… sólo tenias dieciséis, ahora con veinte creo que lo puedes entender…- dijo sonriendo mientras me abrazaba y me hacía caminar junto a él.

No sabía que pensar, estaba totalmente desorientada, no sabía que decir o cómo reaccionar, hasta que finalmente sentí ese molesto pitido que emitía alguna máq1uina, poco a poco comencé a abrir los ojos: estaba en el hospital.
En una pequeñísima fracción de segundos, mientras moría, fui feliz con mi venganza, le había matado al muy desgraciado, pero lo realmente verdadero era que simplemente no le había matado, si no que esa misma noche yo, había tratado de suicidarme y que aún tenía dieciséis, y que por ende aún no iba a la universidad, y que era primavera, no invierno. Por eso, en esa pequeñísima fracción de segundos, por muy cortitos que fueran cerré los ojos y decidí que ese pitido chillón no fuera intermitente, sino más bien… parejo. Mi corazón por fin ya no sentía dolor, estaba pleno, tranquilo y ya no tenía que bombear sangre a todo el cuerpo, ya no era una simple mortal, por lo que podía darme el lujo…

De no sufrir nunca más.